miércoles, 18 de diciembre de 2013

Nada más que un incidente...

La investigación en la que estoy trabajando en este momento implica muchas entrevistas con funcionarios públicos de nivel medio y alto (directores de área y directores generales básicamente). Aunque procuramos ir en parejas a hacer las entrevistas, ayer me tocó ir sola con un señor director de algo. Cuando terminamos se ofreció a darme un 'recorrido' por las instalaciones de la dirección. No supe muy bien cómo decirle que no tenía mucho sentido (puesto que básicamente un recorrido por las instalaciones de la dirección no me aportaría gran cosa para la investigación) así que agradecí y me dispuse a seguirlo mientras calculaba cuánto tiempo me quedaría libre para comer antes de la siguiente cita.

El recorrido fue muy extraño: me presentó a casi todo mundo, me enseñó todas las oficinas y finalmente llegamos a la sala de juntas que, evidentemente, estaba sola, oscura y silenciosa. Mientras el don me decía cosas obvias e inútiles (“y aquí es nuestra sala de juntas donde... hacemos juntas”) se le ocurrió acariciarme – masajearme la espalda. Yo me quedé pasmada, porque estoy segurísima de que fue un intento de hostigamiento y de que estaba esperando mi reacción para ver qué hacer a continuación.

Mi reacción no fue tan contundente como cualquiera se esperaría de una feminista convencida y militante, etc., etc. Sólo lo vi directamente y le dije que 'muchas gracias por todo, tengo que irme porque tengo una cita a la que ya voy un poco tarde, creo que puedo llegar sola a la salida'. El don (ahora presunto acosador) sólo me dijo que 'sí, sí, claro, ya sabe dónde encontrarme, que tenga buen día'.

Es curiosa toda la maraña de ideas que desde entonces he estado pensando. Me imagino, por ejemplo, qué hubiera pasado si mi reacción fuera otra: qué tal si hubiera gritado, lo hubiera insultado, le hubiera llamado a mis jefas, hubiera amenazado con tomar acciones de otra índole. Quizás (muy probablemente) hubiera hecho el ridículo: no tengo absolutamente ninguna prueba de que fue una acción de acoso, nada más allá de toda una vida de conocimientos y experiencias cristalizadas en eso que llamamos 'sentido común' que nos permite leer una situación concreta. Estoy segura (segura, segura) de que el don planeó el recorrido con toda la intención de llegar a la sala de juntas y acariciarme la espalda. Estoy segura (segura, segura) de que esa era la primera acción para ver cómo reaccionaba yo.

Lo difícil de estos casos es cómo explicar esto cuando se quiere ir más allá. Me lo imagino perfectamente revirando mi 'estoy segura de que tenía otras intenciones' con argumentos como 'es que yo así soy de cariñoso con todo el personal, no fue con mala intención, ni que estuviera usted tan guapa, está malinterpretando las cosas', etc., etc.

Qué bueno que yo no tendré que toparme con este tipo nunca jamás en la vida. ¿Pero y qué pasa con las mujeres que deben padecer a un jefe así todos los días? Para empezar, qué jodido que un tipo crea que por ser hombre, estar en una posición de poder, ser mucho mayor que yo, tiene el 'derecho' de buscar un acercamiento de otra índole conmigo. ¿Es de verdad así? ¿es que en serio los hombres ven a una mujer joven sola haciendo su trabajo y no pueden pensar en otra cosa que 'la llevo a la sala de juntas y si hay suerte nos vamos a un hotel'?

¿Estoy exagerando? Estoy exagerando, pensarán muchos. 'Si nomás le acarició la espalda, pinche vieja mamona'.

Esto me recuerda algo que una alumna me contó hace poco. Tenía un jefe que era muy 'cariñoso' con ella hasta que un mal día se atrevió a darle una nalgada. Ella, como buena mujer profesionista independiente con cierta formación en género, decidió denunciar al tipo por hostigamiento sexual. Afortunadamente en su institución había un procedimiento claro para estos casos y terminaron corriendo al hostigador.

Podríamos pensar que se trata de un 'final feliz' si no es porque la alumna terminó renunciando poco después: las actitudes de sus compañeros fueron totalmente hostiles hacia ella a partir del incidente. Me contaba de manera muy atribulada que en un principio varias personas la felicitaron por su decisión de no callarse y buscar justicia. Hasta que, claro, se supo que despidieron al jefe por esta razón y entonces todo mundo cambió de actitud: “oye Menganita, ¿no se te habrá ido la mano por una simple nalgada? ¿no estarás exagerando dejando a un padre de familia sin chamba en estos tiempos tan difíciles? ¿no habrás malinterpretado una bromita de mal gusto? Exageraste'.

Es un tema bien jodido esto del hostigamiento, porque a menudo si la persona hostigada no denuncia es 'una pendeja', pero si denuncia y el responsible es castigado 'es una exagerada, por eso nadie quiere a las feministas'.

Qué jodido entonces que nos dejen casi sin soluciones satisfactorias.

Me imagino, por supuesto, que el nalgueador tampoco imaginó jamás que la situación iría tan lejos, que la nalgada le costaría su chamba de jefe. Y acá está (según yo) parte del verdadero problema y de lo jodido de la situación: que a menudo los varones ni siquiera se dan cuenta de las relaciones de poder que viven y encarnan.


Por eso, supongo, es tan importante que logremos que los hombres se involucren en temas de género: que piensen sobre ellos, los reflexionen, los estudien, los comprendan. Porque es urgente que sean concientes de los vergonzantes privilegios que la sociedad les ha concedido y entonces (ojalá) quizás pueden empezar a renunciar a ellos en aras de un mundo más justo y menos desigual. 

Ya sé que estoy pidiendo demasiado, pero es que el fin de año bla, bla, bla.