A veces me sorprende un poco el malentendimiento tan
grande que existe en torno a la actividad de escuchar música. Es triste cómo
todo mundo carga casi todo el tiempo los audífonos para todos lados y, al mismo
tiempo, cómo eso le hace muy poca justicia a las notas que nos rodean (metáfora
de nuestros tiempos: todomundo habla pero muy pocos escuchan). La música se usa como un
sonido agradable que acompaña las fiestas, el metro, la cocina u otras cosas: fondo que realza el disfrute o aminora la incomodidad del momento.
Yo pensaba más o menos así hasta que conocí a S. (de
Sotanito), quien fuera mi novio por un periodo muy breve pero muy intenso allá
en el lejano 2006. Una vez me invitó a escuchar música en su casa; en el mail
de invitación decía ‘ármate un playlist como de diez canciones que quieras que
escuchemos juntos’. Al principio, claro,
pensé que se trataba de ‘escuchar música GUIÑO – GUIÑO, ármate un playlist
GUIÑO – GUIÑO’ and so. Pero resultó que no, que él había comprado unas cervezas
y tenía unas bocinas decentes, así que se trató de escuchar música, tomar
cerveza, y hablar muy muy poco (sin guiño – guiño). Creo que es una de las
citas que recuerdo con más cariño.
Después quise repetir la experiencia aunque con otros
interlocutores: la mayoría de las veces me ha salido muy mal. Les digo que
‘vamos a escuchar música’, pongo algún disco que me guste, y el (o los)
invitados empiezan a hablar como si se tratara de eso: que la música sea el
fondo y el escenario mientras me cuentan su semana laboral o sus conflictos amorosos. Supongo que debe
ser muy enfadoso que alguien te esté diciendo cosas como ‘hey dude, cállate, la
idea era escuchar música’, así que he renunciado al plan original para
escucharlos, beber más cerveza, etc., etc.
Lo que sí hago es repetir la experiencia yo sola,
creo que es una de mis actividades favoritas de viernes en la tarde eso de
comprarme unas chelas, ponerme los audífonos y sentarme en el sillón a escuchar
un disco completo poniéndole mucha atención. Es algo totalmente distinto al
ejercicio de escuchar algo como fondo porque, por supuesto, la idea es
concentrarse y pasarlo al centro de la atención y los sentidos. Así se aprende
a entender más o menos de qué se trata un disco y, quizás, aunque no se entienda
nada, así se aprende que la música es un deleite tan chingón que merece sus
espacios propios.
Es algo que le agradezco muchísimo a S. y esto, por
supuesto, me lleva a pensar en todas las herencias que mis parejas (duraderas,
estables o espontáneas, o de una noche, o de la modalidad de su preferencia) me
han legado. Escuchar música, un hábito ahora tan mío, tiene sus orígenes en ese
entonces; raro acordarme que, en ese entonces, nunca había escuchado a Tom
Waits ni a Leonard Cohen y que fue también S. quien los puso en alguna de esas
rondas de música que le gustaba armar. Tom Waits, que ahora casi nunca abandona
mi ipod y que creo es una de las voces que más me conmueven y emocionan.
Qué raro sería, pienso, armar el inventario de lo que
les debo. A F. (de Fulanito), por ejemplo, le debería mi primer tatuaje. Él fue mi amor platónico (o algo así) por
varios años. En mi deseo exacerbado por ser ‘el tipo de mujer que le
interesaría’ empecé a interesarme mucho por los tatuajes y terminé haciéndome
uno gigante en la espalda por allá del 2007.
Aunque de cualquier forma nunca fui el tipo de mujer por la que F. se interesaría, no sólo no me arrepiento de ese dibujo permanente
que decora mi espalda baja, sino que los demás tatuajes han corrido absolutamente
por mi cuenta y biografía.
Y así muchas otras cosas: el gusto por Borges, el
interés por Medio Oriente, la experiencia de haber hecho kayak en una zona que
a mí sólo se me antojaba para sentarme a fumar y pensar tonterías. Un montón de
experiencias e intereses nuevos a los que el cariño ha abierto las puertas.
Las pienso a veces como huellas: pasados presentes
que vivo en el día a día. Luego me gusta más pensarlas como algo mío que ellos
provocaron. Y a veces también como esto que somos: ese amasijo de contornos
difusos que pone en juego cualquier noción de self made man (o woman). Quizás esa sea la única forma de entender
la eternidad. Y quizás así está bien.