“…and I thought of that old gentleman, who is dead now, but
was a bishop, I think, who declared that it was impossible for any woman, past,
present, or to come, to have the genious of Shakespeare. He wrote to the papers
about it. He also told a lady who applied to him for information that cats do
not as a matter of fact go to heaven, though they have, he added, souls of a
sort (…) Cats do not go to heaven. Women cannot write the plays of Shakespeare”
(Virginia Woolf)
.
El
ejercicio del número de agosto de Letras Libres trata de lo siguiente: en 1945
Agustín Yáñez hizo una encuesta sobre los ‘libros fundamentales de nuestra época’,
que más tarde publicó en forma de libro; la citada revista decidió repetirla y
solicitarle a varios colaboradores y
colaboradoras que hicieran una lista de los libros que consideraran más influyentes
o representativos de su época. Hubo quienes concientemente decidieron hablar a
nombre de sus generaciones, mientras que otros fueron más modestos y hablaron
desde el gusto casi estrictamente personal.
Christopher
Domínguez Michael escribe una introducción a las listas en la que analiza éstas
como datos. Más que discutir si en efecto ‘Esperando a Godot’ es un libro
representativo o influyente de nuestra época, lo que hace es (muy a la
Bourdieu) tomar las listas de obras propuestas por los intelectuales
encuestados como fuentes para problematizar los temas, autores y grandes
influencias que conformarían (siempre desde el punto de vista de los
colaboradores) la fotografía de algo así como el estado de las cosas del
contexto actual. Así, por ejemplo, concluye que “el tema de nuestra época,
moral y político y hasta literario, sigue siendo la experiencia totalitaria del
siglo XX”. Este análisis se ve
enriquecido cuando se contrasta con el resultado de Yáñez y se presenta la
siguiente tablita comparativa entre ambos
1945,
obras más mencionadas:
* El
significado de la relatividad, de Albert Einstein
* La
evolución creadora, de Henri Bergson
* El
capital, de Karl Marx
* La
decadencia de Occidente, de Oswald Spengler
* Investigaciones lógicas, de Edmund Husserl
* Investigaciones lógicas, de Edmund Husserl
2013,
obras más mencionadas:
*
2666, de Roberto Bolaño
* Cien
años de soledad, de Gabriel García Márquez
* La
fiesta del Chivo, de Mario Vargas Llosa
* 1984,
de George Orwell
* Archipiélago
Gulag, de Alexandr Solzhenitsyn
Aunque el ejercicio de imaginar fotografías literarias de
ambas épocas es altamente disfrutable, mi habitus de la sospecha me hizo darme
cuenta de una ausencia escandalosa en ambas listas, cosa que (evidentemente) no
aparece mencionada en la nota introductoria. Es cierto que muchas cosas han
cambiado entre 1945 y 2013, pero hay sin embargo una dolorosa constante: no hay
ni una sola mujer entras los autores más mencionados, y tampoco hay ni una sola
obra de autoría femenina entre las obras más mencionadas.
No tengo la lista del 45, pero en la publicada en Letras
Libres se mencionan en total 255 libros, de los que sólo 17 fueron escritos por
mujeres. Esto representa algo así como el 7 por ciento. De tal forma que,
prosiguiendo con el ejercicio propuesto por Domínguez Michael de tomar las
listas como datos, podemos concluir que durante el siglo XX la gran constante
ha sido que las mujeres tenemos poco (o casi nada) que decir, o bien, y en
congruencia con la propuesta del análisis, que lo que hemos dicho ha tenido
poco (o casi nulo) eco en la configuración de ‘nuestra época’.
De aquí se desprenden dos posibles líneas de reflexión o de
hipótesis. La primera de ellas es que, en efecto, durante el siglo XX las
mujeres han producido cosas irrelevantes históricamente. Ninguna sola obra que
pudiera compararse con el 2666 de Bolaño, por decir algo. De esta suposición
podríamos extraer algunos cuestionamientos urgentes hacia el mundo de las
letras ¿por qué las mujeres producen cosas de menor calidad o influencia? ¿es
que ellas entran menos a los círculos de creación? ¿es que quizás hay sesgos en
las editoriales? ¿es que, de plano, cats
do not go to heaven, así que no importa que en los talleres y escuelas de literatura
haya casi un 50 – 50, porque el caso es que, bueno, you know, cats do not go to heaven?
La segunda línea de reflexión (que particularmente me
parece más rica) es asumir que, en efecto, hay mujeres produciendo pensamiento
de la misma influencia o relevancia que las obras mencionadas pero que, por
alguna extraña razón, no figuran en las listas. Es decir, que a los y las
intelectuales incluidos en las encuestas de LL, por alguna razón (no) incomprensible,
se les ‘pasó’ incluir algunos nombres femeninos.
Creo que cualquier ruta de discusión que se tome es por demás
interesante, pero lo que me parece que
no podemos dejar de señalar es eso: nuestras voces, mujeres, han sido poco
relevantes durante el siglo XX. Y aún más, esa ausencia es sólo percibida por
nosotras las feministas, porque a la banda de la editorial francamente le tiene
sin cuidado.
No me malinterpreten, no estoy sugiriendo el ejercicio
absurdo de encuestar a personalidades y pedirles que cumplan con cuotas de género
en sus listas. Lo único que estoy diciendo es que me parece por demás extraño
(por demás sesgado, por demás indignante) que se mencione “La era del vacío” de
Lipovetsky (por dios, ¿en serio? ¿Lipovetsky?) y se omita de manera total ‘El
segundo sexo’, de Simone de Beauvoir.
Domínguez Michael concluye que la experiencia totalitaria
es el signo innegable de nuestra época. Raro entonces que nadie haya mencionado
a Herta Muller o Doris Lessing, autoras que incesantemente han reflexionado
sobre lo que la experiencia soviética legó a nuestra confundida humanidad.
En las listas se aprecia también el interés por literatura escrita
por sujetos sociales ‘subalternos’. En ese caso, no deja de sorprenderme, otra
vez, que nadie se haya acordado de Toni Morrison, esa grande de la literatura
negra a la que algunos atribuyen el así llamado ‘renacimiento de Harlem’.
Puedo seguir y mencionar, por ejemplo, que me parece rarísimo
que nadie conciba a Marguerite Yourcenar como una de las grandes autoras de las
últimas décadas. Lo mismo diría sobre literatura latinoamericana: mucho Octavio
Paz, ni una sola mención de Rosario Castellanos; mucho José Emilio Pacheco,
nada de Elena Garro, ni de Alfonsina Storni, ni de Gabriela Mistral.
La lista, larga y controversial, podría prolongarse, pero supongo
que esto no se trata de ‘a ver quién menciona más nombres’.
Pienso, por ejemplo, en lo político del acto de nombrar (o
no). Nombrarlas, decirlas, hacerlas visibles. Pienso también que casi cualquier
feminista interrogada sobre ‘las 10 obras más influyentes del último siglo’ mencionaría
que ‘El segundo sexo’ está entre ellas. Esto me lleva a la conclusión de
siempre: que parece que la sociedad se empeña por hacer que la historia de las
mujeres (y de sus conquistas, discusiones, luchas y demás) aparezca como
paralela a La Historia de La Humanidad, sin tocarse nunca. Es casi como si todo el
tiempo nos dijeran que ‘el género, los cuestionamientos desde el feminismo a la
política, a los cánones literarios, a la academia, etc.’ fueran temas de interés
opcional, relegados constantemente a aquellas muchachas excéntricas que se
matriculan en los programas de “investigación con perspectiva de género”. ¡Pero
no hay nada más falso que esto! Porque creo (y pueden estar de acuerdo o no) que
las relaciones entre los sexos es la forma básica de las relaciones de poder y,
por ende, de las relaciones políticas. ¿Cómo entonces explicar ‘nuestra época’
sin hacer una mínima referencia a las profundas transformaciones que en este
sentido ha vivido nuestra generación?
También recuerdo los prejuicios que yo misma sostuve en el
tema de la literatura escrita por mujeres. Hubo un tiempo en que afirmé que “me
dan hueva las escritoras porque todas escriben sensibleramente como Ángeles
Mastreta o Marcela Serrano”; la cosa es, claro, que esa hipótesis se me cayó
tan pronto leí a Elfriede Jelinek, esa verdadera dominatrix del lenguaje. Leer a mujeres se convirtió entonces en un
ejercicio conciente que me llevó a buscar por todos lados recomendaciones y préstamos
y etc. Pero, eso, tuvo que ser una búsqueda
y esto no deja de ser otra vez un dato: ¿por qué carajos cuesta tanto ver –
leer a las mujeres escritoras (que no escriban novelas rosas)?
Algo tendríamos que
hacer para cambiar estas constantes, para darle la vuelta, por fin y para
siempre, a la idea explícita o no de que estamos y estaremos en un escaño
inferior (en política, producción literaria, producción académica, etc.) porque,
eso, ‘cats do not go to heaven’.