lunes, 26 de agosto de 2013

Sal con una chica que lee - sal con una chica que no lee

De tanto en tanto se vuelve a poner de moda en mi fb el artículo ése de “Sal con una chica que lee / sal con una chica que no lee”; ahora hasta tiene su secuela llamada (creativamente) “sal con una chica que escribe – que no escribe”. Artículos cursis y empalagosos que hacen que mis amigas intelectuales (you know: que leen y escriben) los pongan en sus muros, como si alguien les hubiera leído el pensamiento.

Predeciblemente, los artículos ésos son un hit entre mis amigas, chicas, y menos o casi nada entre mis amigos. Mi hipótesis es que mis amigas que leen se ven proyectadas y quisieran que alguien dijera ‘justo eso’ de ellas. Ellas, hombre, las que leyendo están desafiando todas las normas impuestas a su género, las mujeres que saben latín, las que además escriben poesía y cuentos… ellas, que además de todo no sólo están cuestionando los papeles asignados a su sexo sino que, por si fuera poco, son chicas con las que vale la pena salir. No, no sólo ‘vale la pena salir’, sino que ‘vale más la pena salir’ con ellas que con una de las que no leen, de las pasivas, de las que siguen a pie juntillas los consejos de la revista Tú y Cosmopolitan. Puras fantasías y pendejadas del estilo retomadas por el autor – autora de esos textos. Miren si no:

Sal con una chica que no lee porque la que sí lo hace sabe de la importancia de la trama y puede rastrear los límites del prólogo y los agudos picos del clímax; los siente en la piel.

O sea, básicamente, las chicas que leen son complicadas y todo un enigma y un misterio y no mames, pero valen la pena porque las chicas que no leen son ignorantes y vacías y se conforman con una vida plana en la que lo máximo es que les compres una camioneta del año para llevar a los niños al colegio.

Un poco pues… qué les puedo decir, un poco plana la explicación que además pretende ser un halago, que además mis amigas listas ponen en sus facebooks.

Me da ternura porque me reconozco en ellas… a los 18 años, claro. Todas en el fondo de nuestro corazón hemos querido pensar alguna vez que los hombres nos dejan porque su mentecilla machista no sabe qué hacer con una mujer que piensa. Entonces sí, seguro que nos cambian por las otras, las que no leen, a las que pueden conquistar con “flores, chocolates y frases cursis”. No es que nos dejen o no nos quieran porque somos fastidiosas, desnalgadas, demandantes, dominantes, o porque sencillamente el fulanito en cuestión no tiene ánimos ni interés de iniciar una relación con nosotras. No. Seguro es porque nos tienen miedo, porque ven amenazada su masculinidad, porque no están acostumbrados a tener un mujerón enfrente.

Las mujeres que piensan creen (por alguna extraña razón) que también son ‘las mujeres que saben volar’ que todos los Girondos y los Oliveiras andan buscando para complementar sus vidas. Ay amiguitas, ¿qué voy a hacer con ustedes?

La otra clásica es que las ‘mujeres que piensan’ también son muy complicadas y conflictuadas porque – you know – piensan, entonces pues no son cualquier galana de televisa. Pero el artículo es un hit justo porque el autor parece dar el consejo de ‘hey dude, son complicadas pero fascinantes a la vez’.  Perdonen ustedes las molestias, al final valdrá la pena. Si por lo menos dijera que ‘las mujeres que leen también cogen mejor’ me parecería un argumento ligeramente más defendible que andar convenciendo a los de su género de que no les hagan el feo a las ñoñas porque son ‘más retadoras’.

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Lo pienso e inmediatamente mi mente prejuiciosa hace la asociación con las mujeres – que – piensan y que, además, son latinoamericanísimas. En mis muchos años de militancia izquierdista y feminista he conocido a muchísimas de ellas.

Las que leen, tienen criterio, opinan, cuestionan, enfrentan, pero al mismo tiempo dan su vida por las luchas sociales (tienen que ser de izquierda, obvio), se enamoran con intensidad,  son apasionadas, dejan que la vida las despeine, disfrutan y lloran y ríen y bailan y se creen mariposas, o lunas, o estrellas, o aves, o magas, o trapecistas, o no sé qué mierdas más.

Hoy justo comí con una de ellas. Tan intensa, tan comprometida, tan honesta, tan dulce, tan increíblemente transparente que me preguntó si no ‘estaría mal’ el hecho de salir con un chico en el D.F. siendo que tiene una ‘relación virtual’ con un vato que vive en otro país y al que no ha visto en persona más que dos veces en su vida. Me llevó a comer a un lugar por copilco que tiene nombre náhuatl y está decorado con mariposas. Hizo un comentario (obligado) sobre lo bonito del espacio (la luz, las plantas, las mariposas, el café de olla).

O me acuerdo, también, de ME. La primera vez que la ví estaba en la  Biblioteca Iberoamericana, con su cabello desacomodado y su voz increíblemente sexy, diciendo que ‘esta ciudad (el D.F.) es caótica y por eso me seduce’. Casi suelto la carcajada.

O, claro, los status en facebook de C., que siempre anda en ‘vuelos’ y ‘persiguiendo sueños’ y agradeciéndole al novio que ‘haya venido a abrigarle el corazón’.

No las soporto, de verdad. Es decir, personalmente quizás no me desagraden tanto, pero no soporto este ideal de feminidad intenso – sensible – crítico – que piensa y sabe volar. Dios mío, qué horror. Porque, además, andan siempre en busca del hombre que sea ‘lo suficientemente valiente’ como para amarlas. El personaje Angelesmastrettiano que se dé cuenta de que ‘quien florece en la adversidad es las más extraña y bella de todas’ y salga corriendo atrás de ellas.

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Últimamente parece que estoy inconforme con todo (qué raro!). Pienso, por ejemplo, que si soy feminista es en parte porque me rechocan muchos de los atributos que como mujeres nos han impuesto. Por eso me rechocan las chavas que los compran y los siguen.  Uno de estos atributos que me molesta particularmente es la excesiva importancia que tiene para las mujeres el hecho de ‘estar enamoradas’, tener pareja, vivir con alguien (pendiente el post sobre las habitaciones propias).

Tardé mucho en desentrañar por qué me molestaron tanto estos textos (y así terminar este post). La respuesta es que creo que reciclan las pinches dicotomías que tanto nos han jodido la vida. Como cuando entrevisté a mujeres que trabajaban fuera de casa de tiempo completo; muchas de ellas en vez de reconfigurar la identidad a una de mujeres trabajadoras y desde ahí cuestionar la maternidad opresiva (mamás de tiempo completo que subordinan a los hijos y las expectativas familiares los proyectos personales), lo que hacían era precisamente estirar este discurso para validar sus actividades laborales “si yo trabajo no es porque quiera, sino porque tengo hijos a los que les quiero dar lo mejor del mundo”, trabajo pero mi identidad sigue siendo la de madre.

Así, aunque en la práctica se cuestionen estas tareas impuestas, en el discurso se recicla la oposición entre madres – trabajadoras, mujeres buenas – mujeres malas. Con estos textos pasa lo mismo: en vez de que las mujeres que leen y escriben cuestionen desde ahí las dicotomías entrebuenas y malas, lo que hacen es reinscribirlas pero dándoles la vuelta: si antes las ‘malas’ eran las que leían y escribían, ahora las ‘malas’ son las que tienen poca cultura general.

No crean que no sé cuánto duele darse cuenta de que las gerbydrugmas tienen faltas de ortografía pero a cambio se toman fotos sexys saliendo del gimnasio. La cosa es que creo que equivoco el punto cuando pienso en ella (que ‘vale menos’ que yo por ser una inculta, que de seguro ni sabe quién fue Ortega y Gasset, que de seguro está feliz por tener un breadwinner a su lado, etc., etc.). Porque el punto no es ella, el punto es él. Y el punto es que es una tontería reciclar las dicotomías y volver a meternos en ellas voluntariamente, volver a meternos en un discurso en el que una mujer ‘vale la pena’ en función de lo buena pareja que sea. Como esto de ‘valer la pena’ y de ‘buena pareja’ son significantes vacíos, a veces es tentador tratar de llenarlos con características distintas: yo valgo la pena como pareja no porque vaya a ser una gran ama de casa, sino porque soy culta y estoy enamorada de mi trabajo. Suena bien, pero es una trampa porque el corolario sigue siendo el mismo: valgo la pena por mi potencial como pareja.

Tenemos que inventarnos soluciones más creativas que éstas de seguir con los pares, las oposiciones, las casillas que – lo digo de verdad y quizás un día me anime a contar por qué – tanto daño nos han hecho.

2 comentarios:

  1. Ni estaba enterada de tu blog! pero ahora te leeré :)

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  2. Llegué aquí por casualidad (¿o recomendación?) y la verdad es que me encantan tus entradas.

    No tengo nada más que decir, te sigo leyendo.

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