Probablemente ya he explicado que conocí la escritura
de Angélica Gorodischer gracias a una gozosa coincidencia que tiene que ver con
la Coyoacana, tuíter, y los meses de escritura de tesis. Desde entonces he
lamentado muchísimo que sus libros no se vendan en México, pobres de nosotros –
pienso – tan atiborrados de las novedades de Ángeles Mastretta y Elena
Poniatowska, y tan ajenos e ignorantes de una de las pocas mujeres
latinoamericanas que escribe ciencia ficción.
Todo parece indicar entonces que los afectos y los amigos
serán elementos que estarán vinculados siempre a este gusto mío de leer a la
Gorodischer: el primer libro de ella que tuve en mis manos fue un préstamo del
querido R., mientras que este año me llegó en una travesía La Plata – Köln – D.F.
un cargamento de dos novelitas de la querida autora argentina.
Las señoras de la
calle Brenner fue mi lectura de fin de semana (supongo que hay pocos
placeres comparables con la idea ficticia de ‘no tengo nada qué hacer’, con la
soledad creada y defendida de instalarse frente a un libro toda la tarde, con
el personalísimo placer de construir formas de amistarse con una misma). La
estructura es sencilla: hay tres voces intercaladas que funcionan como algo
totalmente paralelo en la primera mitad: por una parte una historia que tiene
que ver con una destrucción total de una ciudad y dos mujeres sobrevivientes
que se encuentran después del desastre (madre e hija de ahí en delante); la
segunda voz es en primera persona: una chica restauradora de arte cuenta y
describe su amor por la belleza; la tercera voz son notas impersonales sobre la
obra del pintor Félix Ziem.
Al principio es un poco desconcertante esta especie
de tres historias inconexas, aunque (quizás demasiado predeciblemente) más o
menos a la mitad es un poco obvia la forma en que van a conectarse. Esto, sin
embargo, no le resta interés pues entonces se intuye claramente que los tres
hilos conductores más bien son flechas que apuntan a la escena final. Y en esto
se encuentra la paradoja disfrutable del tema que Gorodischer plantea en esta
novela: por una parte la imposibilidad de un destino fijo e inamovible, por
otra parte la escena final hacia la que todo - parecía -apuntar. Así lo afirma
uno de los personajes: “Lo que realmente importa es que hay, como quizás lo
haya en todas las vidas de todas las gentes que pueblan este mundo, un
episodio, una crisis, un punto culminante que permite, si una tiene el coraje de
enfrentarlo, dar un sentido claro y preciso a toda la vida pasada”. Sin
embargo, ese mismo personaje había declarado antes que “el destino no se decide
de un plumazo: se decide hoy y se vuelve a decidir mañana y el mes que viene y
cuando una hace el amor por vez primera y en la hora de la muerte y siempre”.
Esta tensión tan básica, tan humana, esta permanente
duda de si estamos predestinados para algo, si habrá una escena que sea el
clímax de todas las que la precedieron, o de si, por el contrario, esto se
trata sólo de sonido y furia cuyo significado es nada, es el nada menor tema al que Gorodischer le entra con la
simpleza de las fábulas y las grandes verdades. Es gracioso que la conclusión
del libro yo la encuentre (ni más ni menos) en las palabras de Patti Smith: “life
is an adventure of our own design
intersected by fate and a series of lucky and unlucky accidents”.
Hay quien dice también que las buenas historias se
empiezan a contar por el final, porque de otra forma se ven como decisiones lógicas
lo que en realidad fue producto del omnipotente azar. En Las señoras de la calle
Brenner disfruté esta problematización del tiempo y con ello de eso que
llamamos destino; la Gorodischer, tan simple y tan complicada, no podía hablar
de esto con una historia lineal, sino que tenía que enredarlo todo con pasadosfuturospresentes,
con la vertiginosa posibilidad de incansable transformación, y con la apacible
esperanza de que quizás, al final, la certeza se concrete en algo tan real y
tan cotidiano como un llanto despertándonos en la madrugada, un cuerpo
respirando a nuestro lado, un boleto de avión, un cuadro colgado en la pared.
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