viernes, 11 de octubre de 2013

El destino deslavable (una reseña que no es reseña sobre un libro de una autora que nadie conoce en México, yeah!)

Probablemente ya he explicado que conocí la escritura de Angélica Gorodischer gracias a una gozosa coincidencia que tiene que ver con la Coyoacana, tuíter, y los meses de escritura de tesis. Desde entonces he lamentado muchísimo que sus libros no se vendan en México, pobres de nosotros – pienso – tan atiborrados de las novedades de Ángeles Mastretta y Elena Poniatowska, y tan ajenos e ignorantes de una de las pocas mujeres latinoamericanas que escribe ciencia ficción.

Todo parece indicar entonces que los afectos y los amigos serán elementos que estarán vinculados siempre a este gusto mío de leer a la Gorodischer: el primer libro de ella que tuve en mis manos fue un préstamo del querido R., mientras que este año me llegó en una travesía La Plata – Köln – D.F. un cargamento de dos novelitas de la querida autora argentina.

Las señoras de la calle Brenner fue mi lectura de fin de semana (supongo que hay pocos placeres comparables con la idea ficticia de ‘no tengo nada qué hacer’, con la soledad creada y defendida de instalarse frente a un libro toda la tarde, con el personalísimo placer de construir formas de amistarse con una misma). La estructura es sencilla: hay tres voces intercaladas que funcionan como algo totalmente paralelo en la primera mitad: por una parte una historia que tiene que ver con una destrucción total de una ciudad y dos mujeres sobrevivientes que se encuentran después del desastre (madre e hija de ahí en delante); la segunda voz es en primera persona: una chica restauradora de arte cuenta y describe su amor por la belleza; la tercera voz son notas impersonales sobre la obra del pintor Félix Ziem.

Al principio es un poco desconcertante esta especie de tres historias inconexas, aunque (quizás demasiado predeciblemente) más o menos a la mitad es un poco obvia la forma en que van a conectarse. Esto, sin embargo, no le resta interés pues entonces se intuye claramente que los tres hilos conductores más bien son flechas que apuntan a la escena final. Y en esto se encuentra la paradoja disfrutable del tema que Gorodischer plantea en esta novela: por una parte la imposibilidad de un destino fijo e inamovible, por otra parte la escena final hacia la que todo - parecía -apuntar. Así lo afirma uno de los personajes: “Lo que realmente importa es que hay, como quizás lo haya en todas las vidas de todas las gentes que pueblan este mundo, un episodio, una crisis, un punto culminante que permite, si una tiene el coraje de enfrentarlo, dar un sentido claro y preciso a toda la vida pasada”. Sin embargo, ese mismo personaje había declarado antes que “el destino no se decide de un plumazo: se decide hoy y se vuelve a decidir mañana y el mes que viene y cuando una hace el amor por vez primera y en la hora de la muerte y siempre”.


Esta tensión tan básica, tan humana, esta permanente duda de si estamos predestinados para algo, si habrá una escena que sea el clímax de todas las que la precedieron, o de si, por el contrario, esto se trata sólo de sonido y furia cuyo significado es nada, es el nada menor tema al que Gorodischer le entra con la simpleza de las fábulas y las grandes verdades. Es gracioso que la conclusión del libro yo la encuentre (ni más ni menos) en las palabras de Patti Smith: “life is an adventure of our  own design intersected by fate and a series of lucky and unlucky accidents”.

Hay quien dice también que las buenas historias se empiezan a contar por el final, porque de otra forma se ven como decisiones lógicas lo que en realidad fue producto del omnipotente azar. En Las señoras de la calle Brenner disfruté esta problematización del tiempo y con ello de eso que llamamos destino; la Gorodischer, tan simple y tan complicada, no podía hablar de esto con una historia lineal, sino que tenía que enredarlo todo con pasadosfuturospresentes, con la vertiginosa posibilidad de incansable transformación, y con la apacible esperanza de que quizás, al final, la certeza se concrete en algo tan real y tan cotidiano como un llanto despertándonos en la madrugada, un cuerpo respirando a nuestro lado, un boleto de avión, un cuadro colgado en la pared.


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